Difícil de olvidar
13 de Septiembre de 2013, el autódromo de Mendoza se llena de ricoteros esperando el show de su vida.
Por Mateo Zanandrea
Aquella tarde del 13 de septiembre habría de cambiarle la
vida a muchos. Un viaje pequeño, con un gran fin, de esos que llenan el alma,
un viaje del que nunca se quisiera volver. Para muchos, conocer la provincia
del vino generaba en un estado de éxtasis contemplativo. No se sabía lo que se
esperaba. Si bien se habla muchas historias sobre la tan famosa “misa ricotera”
es necesario formar parte de la misma.
Miles de personas, miles de sonrisas. Miles de almas
esperando ese tan espectacular show. Personas solas, en grupo, y en compañía de
familiares que cuentan muchísimas anécdotas, pero es más fructífero formar parte de aquella comunidad que contaba
todas las vivencias sobre el famoso “Indio” y las adversidades atravesadas para
llegar a los determinados encuentros.
Catorce fueron las horas de viaje. Si bien el colectivo no
era lujoso ni mucho menos, a nadie le importaba. Ahí la cosa iba más allá. El
sentimiento hacía que todo lo ajeno pareciera irrelevante. Con paradas en el
medio, y charlas e historias por todos lados, hicieron que el tiempo corriese
más rápido.
Mendoza recibió con los brazos más que abiertos a más de
cien mil espectadores, ricoteros, fundamentalistas del aire acondicionado, y
hasta el mismísimo Patricio Rey que se supone que estuvo presente. Si bien el frío y el viento
fueron factores condicionantes del momento, nadie iba a permitir que los frenara
Se asomaba la noche, la multitud empezaba a peregrinar. ¿A
dónde? Al autódromo, allí se iba a congregar el espectáculo más convocante de
toda la república-hasta ese entonces-. Fue allí donde muchos entendieron el
significado de la pasión y la mística que bordeaba cada centímetro del lugar,
levantando el fuego generado por la audiencia y desatando aquellos recuerdos de
todas las personas.
Público en el autódromo de Mendoz |
Entre empujones, saltos y cantos, se ansiaba la llegada de
Carlos Alberto. “Solo te pido que se vuelvan a juntar” o “Soy redondo hasta que
me muera” eran algunas de las estrofas que motivaban a la gente hasta la hora
del show. Ya el frío no se sentía ni tampoco importaba, esto iba más allá, era
el regreso del Dios del rock nacional.
Las luces se apagaron. Las gargantas se enfurecieron. Los
empujones eran cada vez más fuertes, el silencio no existía. La energía era
cada vez más fuerte. De repente, luego de la clásica introducción que hace la
sangre se convierta en un fuego inapagable. Hasta que de repente se escuchó:
“Damas y Caballeros: Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado”. Luzbelito ylas Sirenas fue el tema con el que empezó. Ya no importaban los sacudones, ni
el pogo, ni las samarreadas, eso era una verdadera misa y no iba a ser un
impedimento.
Ya pasados los diez minutos del encuentro, entre aplausos y
gritos de alegría, el escenario había decidido cambiar: y cuando hablo de cambios
no me refiero ni a luces rojas, o al vestuario: había empezado a caer una leve
lluvia, que a los pocos segundos se transformaría en agua nieve, pero a nadie
le importaba, no querían que se termine nunca.
Entre dos horas de show, tierra, viento, show, saltos, vino,
banderas, y muchas ganas de bailar , faltaba algo: tras los agradecimientos que
había dado la banda, nadie se pudo ir sin antes formar parte del pogo más
grande del universo. La gente se agarraba entre sí, tomaban carrera y generaban
estampidas enormes.
Asique terminado el show la gente volvió a caminar ese largo
camino que los había llevado hasta los colectivos, a paso de hombre,
arrastrando los pies cansados, pero con la magia intacta y con la esperanza de
que algún día volverían a revivir uno de los mejores recuerdos que quedarían
por siempre en la mente de cada uno.
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