Cinco músicos rosarinos presentan su primer disco de
tango
Guadalupe
Martínez
En el evento de
la presentación del primer disco de La Máquina Invisible los integrantes
rogaban que los asistentes estén allí media hora antes de la programada para
iniciar. Pero como siempre, faltan treinta minutos exactos y en la puerta no
hay mucho más de diez personas.
En los quince
minutos siguientes se llena el hall de
entrada al teatro ubicado a orillas del Río Paraná y para las nueve de la noche
ya se encuentra allí la mayoría de la audiencia. No obstante, no para de llegar
gente. Veinte minutos pasada la hora estimada para empezar, se abren las puertas.
La gente se acomoda, se bajan las luces y un señor aparece en el
escenario, pide silencio y presenta al
quinteto que todos esperaban: La Maquina Invisible. El público estalla cuando
los nombran y aparecen sobre el escenario.
Quinteto La Máquina Invisible en la presentación de su primer disco
|
Los cinco
jóvenes empiezan a tocar sin dar ningún discurso previo. Al finalizar la primera
canción, el pianista se acerca a un micrófono ubicado en la punta del escenario
y saluda en nombre de todos los integrantes. No puede borrarse la sonrisa que
le achina los ojos. Menciona el nombre de la próxima canción y vuelve a sus
teclas blancas y negras.
De allí en
adelante todo surge de una manera casi natural. Los pases entre canción y
canción se llenan de aplausos, chiflidos y uno que otro grito. Entran y salen
artistas invitados de todo tipo: dos cantantes, un chico que toca el
violonchelo y hasta un saxofonista. Para las últimas piezas invitan al
escenario una orquesta de cuerdas, compuesta por cuatro violines más el violonchelo.
La sala Príncipe de Asturias llena en la presentación del disco |
Cuando finaliza
la última canción el Teatro Príncipe de Asturias ya está lleno. Toda la
audiencia se alza en pie para esbozar el aplauso más ruidoso de todo el
espectáculo. Se retiran del escenario los músicos invitados y quedan allí
parados los cinco protagonistas de la noche, todos con la misma sonrisa de oreja
a oreja. Sus nombres se escuchan entre el público, que no se cansa de elogiarlos,
aún cuando se retiran del escenario. El público se calma y empieza a
desconcentrarse, pero queda en el aire el grito de un señor que antes de
retirarse, se gira y dice “¡Vamo la maquina!”.
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