por Franco Rosso
Como cada año desde la vuelta de la democracia, los ingresantes a la carrera de Antropología fueron ‘iniciados’ en una ceremonia secreta que devino en fiesta.
Un evento renombrado pero no vivido despierta la curiosidad de
cualquiera. Con más razón si se trata de un ‘rito’ sobre el que corren
versiones de gente saltando una fogata y caminando sobre las brasas. En la
Facultad de Humanidades y Artes de la UNR, se llevó a cabo un típico festejo
que tuvo su origen en la reapertura de la Licenciatura en Antropología, tras
haber sido suspendido el ingreso de nuevos alumnos durante la última dictadura
militar.
En el año 1984, los alumnos, algunos de los cuales habían
retrasado su cursado para evitar el cierre de la carrera, realizaron un ‘rito
de iniciación’ para darle la bienvenida a los estudiantes que llegaban con la flamante
democracia. Ese mismo espíritu de libertad es el que se reedita año a año cuando se enciende un fogón en el patio de la Facultad para rememorar lo
sucedido y, tras realizar una ceremonia secreta, se abren las puertas a todo
público.
Dado que en ‘el rito’ del año pasado, la cola para ingresar
daba la vuelta a la manzana, los organizadores decidieron vender entradas para
la edición 2012. Desde las anticipadas negras, los dibujos de sacrificios
indígenas venían acompañados de la propuesta ‘rito o muerte’. Bajo un cielo
oscuro de junio, que amenazaba con derramar su melancolía sobre la luminosa
ciudad, los bulliciosos invitados se congregaban en calle Entre Ríos al 700.
Para las 12 de la madrugada, los jóvenes se agolpaban en las
centenarias puertas de doble hoja de la Facultad. Entre empujones y con las
anticipadas en alto, comenzaron a impacientarse por ingresar al patio donde el
sonido tribal de tambores ya había dado paso a la música. Debido a la cantidad de
gente, el paso era muy lento, hasta que un chico de barba descuidada se subió
al contenedor de basura que estaba sobre el cordón y, antes de arrojarse cual
rockstar sobre el resto, reclamó: ‘Acá tenemos que entrar todos’. Envalentonados
tras esa breve intervención, la multitud pareció pensar que se podían derribar
las puertas, que fueron cerradas justo a tiempo por los organizadores.
Pasados esos minutos de euforia, el ingreso se normalizó. ‘Si
se armaba la revolución, pensé que era en ese momento’, exclamó una chica
cuando por fin pudo pisar el vestíbulo. Dentro ya era todo algarabía, la gente
circulaba hacía el patio dónde, entre las cabezas, se distinguía la luz del
fuego. Al salir al exterior, el aire frío golpeaba la cara y traía notas de madera quemada y marihuana. Desde el fondo llegaba el rock que le ponía un marco festivo a esa noche
de ritual. En el centro, elevado sobre unas chapas, ardía el fuego que irradiaba
calor a todos los que movían el cuerpo a su alrededor.
A medida que pasaba la noche, los chicos traían alguna silla
vieja o algún cartel de agrupaciones políticas para alimentar las llamas. Cada
tanto, se divisaban caras pintadas de negro entre la multitud que fumaba y
tomaba fernet con coca. Ir al baño del fondo era emprender un camino por
pasillos tortuosos con puertas y rejas a ambos lados. ‘Es cómo el castillo deHarry Potter’, aclaró un compañero de rulos que esperaba en la fila.
Aunque más de uno se animó a saltar las llamas, con la cuota
de coraje que aportaba el alcohol, se vivió un momento tenso cuando un muchacho
negro casi termina sobre las brasas. En medio de una acalorada discusión con
acento africano, su contrincante lo impulsó hacia el fuego como si quisiera
quemarlo vivo. No paso nada porque unas cuantas manos lo atajaron antes de que cayera del todo.
Casi sobre el final de la noche, una fina pero
densa lluvia se empezó a vislumbrar a contraluz. Muchos levantaron las manos al
cielo, como si el agua fuera parte del rito. A medida que se apagaba el fuego y
la misma naturaleza ponía fin a la velada, la gente se retiraba del viejo edificio
con la cara mojada. Sin dudas, un jueves distinto.
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