lunes, 25 de octubre de 2010

El peor de la Fórmula 1

Fabiana, la encargada de prensa del equipo Minardi, queda muda unos segundos. Hablando en lenguaje de chat, su cara se transforma en ese emoticon con la boca llena de curvas. Cuando sale de la sorpresa me devuelve la pregunta:
-¿Quieres entrevistar a Robert Doornbos?
Aunque en realidad, por su forma de preguntarlo, la traducción más exacta sería: ¿De verdad quieres entrevistar al perdedor de Robert Doornbos?
Hoy es viernes en los suburbios de São Paulo. Dentro del Autódromo José Carlos Pace, en honor del ex piloto brasileño y conocido popularmente con su antiguo nombre de Interlagos, es el día de pruebas para la carrera del domingo. Por la zona de paddock, donde se pasean mecánicos y periodistas y modelos y gerentes de las empresas auspiciantes, hay tensión. Fernando Alonso pasa corriendo, arrancando de los micrófonos que lo esperan a la salida del baño. Juan Pablo Montoya camina inflando el pecho y negándose a dar entrevistas. Michael Schumacher, pese a la mala campaña, recibe una lluvia de flashes cada vez que se le ocurre caminar desde el garage de Ferrari a su camarín. Kimi Raikkonen habla de la puesta a punto mientras su mánager le cuelga la gorra de la McLaren. Niki Lauda despacha sus comentarios en directo para Alemania. En ese entorno, triunfalista y competitivo como pocos, hay corredores que se mueven sin recibir casi ninguna atención. Y hay un piloto, el holandés Robert Doornbos, el peor corredor de la temporada, al que le hacen tan pocas entrevistas que su propia encargada de prensa te pregunta si es cierto que quieres hablar con él.
-Bueno, si quieres vuelve en media hora -dice Fabiana, y la frase la balbucea en un italiano-español que saca a flote al enterarse de que la entrevista es para SoHo, para Colombia.
Dentro de la zona restringida del autódromo lo único que se habla es que Fernando Alonso puede salir campeón pasado mañana, aunque todo depende del accionar de los pilotos McLaren. El escenario, el autódromo de Interlagos, tampoco es un circuito cualquiera: aquí se corrió el primer Gran Premio de Brasil, que ganó Emerson Fittipaldi en 1973. Luego han triunfado en esta pista emblemas de la categoría, como Niki Lauda, Alain Prost, Ayrton Senna y Michael Schumacher. El año pasado fue Juan Pablo Montoya. La de este año será la primera carrera de Doornbos en Brasil.
A la media hora vuelvo al boxes de Minardi, una escudería chica que debutó hace exactamente 20 años aquí mismo, en Brasil, y que este año corre su última temporada: hace unos meses, Paul Stoddart, director de la italiana Minardi, anunció que la escudería desaparecerá el próximo año tras ser vendida en casi 100 millones de dólares a Red Bull Racing.
-Hola, soy Juan Pablo Meneses, estoy escribiendo un reportaje para Colombia y quería entrevistarte.
Doornbos sonríe. Casi siempre está riendo, mucho más que Alonso y Montoya y Kimi y Schumacher, todos juntos. El piloto de la Minardi es flaco y sorprendentemente alto para una categoría donde, al igual que en las carreras de caballos, el peso y la destreza es fundamental. Un piloto de carreras muy alto es tan raro como encontrar un tenista profesional obeso. Doornbos es flaco y tiene cuerpo de tenista. Doornbos fue tenista.
-Hice toda la carrera de junior como tenista y fui jugador semiprofesional en Holanda. Competí en varios torneos europeos. Tenía puntos en el ATP y auspiciadores. Iba camino a ser tenista, cuando se me cruzaron los autos- suelta casi de entrada, sin dejar de sonreír.
Desorientado. Nadie que llegue a ser el peor en algo tuvo siempre las cosas claras. Mientras Alonso, Montoya y Schumacher estaban a los 6 años arriba del karting, amarrados al asiento por sus propios padres, Doornbos durmió toda su adolescencia soñando ganar un Grand Slam. Cientos de noches imaginándote la bolea ganadora en la final de Wimbledon, irremediablemente te convertirán en un mal piloto de carreras.
-Hasta que un día, a los 17 años, me invitaron del equipo Williams a ver el Grand Prix de Bélgica. Acepté, porque siempre me habían gustado los autos. Después de ese fin de semana llamé a Jacques Villeneuve, que era piloto de Williams, y le dije que quería ser piloto de autos.
Dejó la raqueta colgada y, de la noche a la mañana, se largó en su aventura de ser corredor de autos. Aprendió que las curvas las debes tomar abiertas, que en el centro de la curva debes ir lo más cerca posible del pianito, que en las rectas debes buscar la parte del asfalto más limpia para agarrar más velocidad, que ojalá siempre vayas con el acelerador a fondo, que le metas, que le metas con todo salvo en contadas ocasiones donde debes bajar la velocidad. Y se largó.
Arrojo. El que no arriesga jamás llega a ser el peor de todos. Sin su ambición desmedida, Ed Wood jamás podría haber llegado a ser quien fue. Si eres cobarde, nunca serás el peor.
* * *
Hoy es sábado, el día de las clasificaciones. En el equipo de Minardi no logran entender que quiero hablar con Doornbos los tres días de carrera. Cuando me ve aparecer en los boxes, Fabiana, la encargada de prensa, me mira como se mira a los groupies psicópatas. Cada vez que me cruzo con Alejandro Burger, el periodista que transmite la Fórmula Uno en Venezuela, y le digo que sigo tras los pasos del piloto de la Minardi, otra vez me hacen sentir ese fanático obsesivo que se hace pasar por reportero para estar cerca de su ídolo. Como si nadie normal, en una actividad donde la competencia se mide hasta en microcentésimas de segundo y el ganador destapa una botella frente a tres mil millones de habitantes del planeta, pudiera seguir todo un fin de semana al peor.
-Doornbos no hizo karting de niño, y eso se nota mucho en la Fórmula Uno. Pasa que su familia es una de las más ricas de Holanda, y aquí eso influye mucho. El dinero. Pero como piloto, es bastante deficiente-, me dice Burger, antes de salir disparado tratando de entrevistar a Alonso.
Fabiana me dice que media hora después de las clasificaciones finales podré hablar con Robert.
Dentro de la pista no hay sorpresas. Alonso se queda con la Pole, segundo Montoya, último Doornbos.
El peor de la Fórmula Uno llega a la entrevista junto a su novia, Kim, una holandesa de melena rubia y anteojos de sol y escote juvenil. Los dos se ríen. No logro saber si están contentos por estar juntos, por estar dentro de la Fórmula Uno o porque alguien los esté entrevistando. Pero su alegría me contagia y, por un segundo, me doy cuenta de que en ese paddock nervioso, hipertecnologizado, con los millones de dólares paseando en las camisetas de mecánicos y pilotos, solo hay tres personas que sonríen: Doornbos, Kim y yo.
-¿Qué pasó en las clasificaciones de hoy, Robert?
-El auto no anda del todo bien, aunque anduvimos dentro del tiempo esperado. Recuerda que esto es Minardi, y no podemos competir con los equipos de avanzada. Nuestra realidad es otra.
Y la realidad de los números, fría pero certera, dice que en los 30 años de competencia la Minardi nunca obtuvo un gran premio. No solo eso, en tres décadas ni siquiera consiguieron un solo podio. Robert sí. En 1999, compitiendo en la Fórmula Opel de Inglaterra tuvo cuatro victorias. En el 2000, en la Fórmula Ford europea obtuvo un segundo lugar. En el 2002 estuvo en la Fórmula 3 alemana, donde tuvo cuatro podios. El 2003 en la Fórmula 3 europea logró siete podios. Y el 2004 corriendo en la Fórmula 3000, logró cuatro podios y pasó a ser piloto de pruebas de la Jordan. De ahí, hasta julio de este año, donde debutó como piloto de Fórmula Uno en el Gran Premio de Alemania. Ha largado en todas las carreras, aunque ha abandonado en dos de seis.
-Muy diferente el circuito del tenis al de la Fórmula Uno.
-En algunas cosas se parecen, como que hay muchos viajes y que te vuelves a encontrar siempre con la misma gente. Pero hay cosas muy diferentes. En los viajes del tenis yo andaba solo, en cambio acá estoy con 40 personas que forman el equipo. Dependo de los mecánicos, de los ingenieros, somos todos un gran equipo.
-¿Y en dinero?
-En dinero, se gana mucho más que en el tenis. Yo no, claro. Pero los pilotos de más arriba ganan mucho más que los tensitas. A mí, de todas formas, no me motiva eso.
Desinteresados. Nadie que quiera llegar a ser el peor puede pensar en el dinero como meta, ni siquiera como gran logro. El objetivo monetario es algo demasiado popular y masivo y aceptado, como para que te permitan ser el peor de todos.
Robert Doornbos nació el 23 de septiembre de 1981 en Rotterdam, Holanda, aunque ahora vive en Mónaco. En su vida diaria en las calles de Montecarlo maneja un Audi y suele jugar Fórmula Uno en la PlayStation.
-¿Cómo te sientes al quedar último en la largada?
-Bien, muy bien. Es parte de lo que esperaba. Tengo que pensar en hacer una buena carrera mañana, ya no puedo seguir pensando en mi clasificación. Además, logramos clasificar. Eso ya es un avance.
Optimismo. Nunca olvidar que para el puesto del peor hay una sola vacante. Y que si te hechas a morir, puede irse de tus manos esa posibilidad. Ningún pesimista llega a ser completamente el peor.
* * *
El día final el autódromo está a tope. Varios espectadores llevan el casco más emblemático que ha tenido la Fórmula Uno, el “verde-amarelo” de Ayrton Senna: el más grande ídolo deportivo automovilístico de Brasil que tras perder el control de su Williams en la curva de Tamburello, en el autródromo de Imola, murió al estrellarse contra un muro de cemento el 10 de mayo de 1994.
Los momentos previos a la carrera los pilotos se pasean nerviosos por el paddock, seguramente pensando en mejorar sus tiempos, en lograr una buena ubicación y, es posible, sabiendo que cualquier mala maniobra por sobre los 250 kilómetros por hora les puede costar la vida.
-Nunca pienso en la muerte -me dice Robert Doornbos, minutos antes de salir.
Un periodista de Tele5 de Madrid, que lleva en directo para todo España la carrera, transmite las últimas declaraciones de Fernando Alonso antes de la largada: “No solo quiero ganar el campeonato, sino que también quiero ganar la carrera de hoy”. Al momento de la largada el ruido de los motores te aturde los tímpanos. Medio São Paulo, la ciudad de los 20 millones de habitantes y los cuatro mil rascacielos y los 600 helicópteros privados que van de un lado a otro, está atenta a lo que sucede.
Juan Pablo Montoya gana la carrera seguido de Kimi Raikkonen. Gracias a su tercer lugar, sale campeón de la temporada 2005 el español Fernando Alonso. Es el piloto más joven de la historia en conseguir el titulo. Robert Doornbos, el peor piloto de la temporada, quema el motor faltando 32 vueltas. Las imágenes muestran su boxes con humo, y Robert adentro recibiendo el gas de extintores. Y seguramente sonriendo.
Por la noche, en la discoteca Lotus del Word Trade Center de São Paulo, donde está el Hilton, hay una fiesta privada para celebrar el titulo. Los mecánicos son los que más celebran, y Fernando Alonso bromea y sonríe y se toma fotos con todos y la música va subiendo de volumen y al rato todos están en la pista, pero en la pista de baile. Afuera media São Paulo duerme, porque mañana es lunes. Algunos fotógrafos esperan afuera de la fiesta, a ver si consiguen alguna imagen. ¡Viva Alonso! Gritan en mal castellano los alemanes, los franceses, los ingleses, los brasileños. Primera vez que un campeón viene de España.
-¿Cuál es tu sueño en la Fórmula Uno?- le pregunté a Robert tras la carrera, mientras en las pantallas del paddock mostraban a Montoya y la bandera colombiana flameando al compás de su himno.
-Llegar a ser campeón. Alonso también partió en Minardi. Yo creo que si tuviera un buen auto, podría estar mucho más arriba y pelear el título. Esperemos que el próximo año, ahora que se acaba Minardi, pueda fichar por un buen equipo.
Soñador. Sin sueños, nunca serás el peor. Y para llegar a ser el peor de la Fórmula, Doornbos primero cumplió su sueño de ser piloto. En la fiesta final, donde Alonso abraza a sus mecánicos, y los mecánicos a unas promotoras, Robert Doornbos no se aparece. Y nadie lo extraña. Seguramente el holandés está con Kim, celebrando que ha vuelto a correr una carrera. O que sigue vivo. O tal vez, lo más seguro, planificando su segundo sueño: ser el mejor.

Este artículo fue publicado originalmente en el blog de Clarín "Crónicas Argentinas", por Juan Pablo Meneses.

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