lunes, 17 de noviembre de 2014

Difícil de olvidar

 Indio Solari

Difícil de olvidar

13 de Septiembre de 2013, el autódromo de Mendoza se llena de ricoteros esperando el show de su vida.

Por Mateo Zanandrea
Aquella tarde del 13 de septiembre habría de cambiarle la vida a muchos. Un viaje pequeño, con un gran fin, de esos que llenan el alma, un viaje del que nunca se quisiera volver. Para muchos, conocer la provincia del vino generaba en un estado de éxtasis contemplativo. No se sabía lo que se esperaba. Si bien se habla muchas historias sobre la tan famosa “misa ricotera” es necesario formar parte de la misma.
Miles de personas, miles de sonrisas. Miles de almas esperando ese tan espectacular show. Personas solas, en grupo, y en compañía de familiares que cuentan muchísimas anécdotas, pero es más fructífero  formar parte de aquella comunidad que contaba todas las vivencias sobre el famoso “Indio” y las adversidades atravesadas para llegar a los determinados encuentros.
Catorce fueron las horas de viaje. Si bien el colectivo no era lujoso ni mucho menos, a nadie le importaba. Ahí la cosa iba más allá. El sentimiento hacía que todo lo ajeno pareciera irrelevante. Con paradas en el medio, y charlas e historias por todos lados, hicieron que el tiempo corriese más rápido.
Mendoza recibió con los brazos más que abiertos a más de cien mil espectadores, ricoteros, fundamentalistas del aire acondicionado, y hasta el mismísimo Patricio Rey que se supone que  estuvo presente. Si bien el frío y el viento fueron factores condicionantes del momento, nadie iba  a permitir que los frenara
Se asomaba la noche, la multitud empezaba a peregrinar. ¿A dónde? Al autódromo, allí se iba a congregar el espectáculo más convocante de toda la república-hasta ese entonces-. Fue allí donde muchos entendieron el significado de la pasión y la mística que bordeaba cada centímetro del lugar, levantando el fuego generado por la audiencia y desatando aquellos recuerdos de todas las personas.
Público en el autódromo de Mendoz
Entre empujones, saltos y cantos, se ansiaba la llegada de Carlos Alberto. “Solo te pido que se vuelvan a juntar” o “Soy redondo hasta que me muera” eran algunas de las estrofas que motivaban a la gente hasta la hora del show. Ya el frío no se sentía ni tampoco importaba, esto iba más allá, era el regreso del Dios del rock nacional.
Las luces se apagaron. Las gargantas se enfurecieron. Los empujones eran cada vez más fuertes, el silencio no existía. La energía era cada vez más fuerte. De repente, luego de la clásica introducción que hace la sangre se convierta en un fuego inapagable. Hasta que de repente se escuchó: “Damas y Caballeros: Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado”. Luzbelito ylas Sirenas fue el tema con el que empezó. Ya no importaban los sacudones, ni el pogo, ni las samarreadas, eso era una verdadera misa y no iba a ser un impedimento.  
Ya pasados los diez minutos del encuentro, entre aplausos y gritos de alegría, el escenario había decidido cambiar: y cuando hablo de cambios no me refiero ni a luces rojas, o al vestuario: había empezado a caer una leve lluvia, que a los pocos segundos se transformaría en agua nieve, pero a nadie le importaba, no querían que se termine nunca.
Entre dos horas de show, tierra, viento, show, saltos, vino, banderas, y muchas ganas de bailar , faltaba algo: tras los agradecimientos que había dado la banda, nadie se pudo ir sin antes formar parte del pogo más grande del universo. La gente se agarraba entre sí, tomaban carrera y generaban estampidas enormes.

Asique terminado el show la gente volvió a caminar ese largo camino que los había llevado hasta los colectivos, a paso de hombre, arrastrando los pies cansados, pero con la magia intacta y con la esperanza de que algún día volverían a revivir uno de los mejores recuerdos que quedarían por siempre en la mente de cada uno. 





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