viernes, 25 de octubre de 2013

El poder del viento y la creatividad de Fuerza Bruta



Por Ariel Camuratti


La compañía teatral transformó el Salón Metropolitano en una pista de circo en la que el público se une a la energía desbordante de los protagonistas.

Los actores despliegan fuerza, destreza y talento para moverse en el escenario. Foto: Ariel Camuratti.

En la noche del sábado, la pista del Salón Metropolitano de Rosario se poblaba de grupos de espectadores, la mayoría muy jóvenes. Desde ese lugar, Wayra Tour (así denominada la gira) se vive con una perspectiva muy diferente a la del público en las gradas, dos puntos de vista para disfrutar un espectáculo movilizador, monumental y bello.

Al inicio se apagan las luces y todo comienza con un grito unísono casi ancestral, un llamado frenético al Wayra, al viento. Con potentes tambores latiendo de fondo, surgen de la oscuridad un grupo de personas colgadas de un arnés que vuelan por encima del público, gritando palabras en un idioma incomprensible y dando muestras de las dosis de energía que se iban a expulsar a lo largo del show. 

Luego de ese primer momento, aparece la figura del “corredor”, una persona de traje blanco que camina sobre una cinta sin fin que se va acelerando hasta la exaltación. Incansable, tenaz, un hombre típico al que le han puesto obstáculos desde que nació y aún sigue de pie, atravesando muros, esquivando trabas y corriendo contra el viento. Éste se hace presente en más de un momento y domina gran parte del espectáculo.

La imagen del “corredor” desaparece por la magia de la luz y el público es fraccionado en dos por un telón plateado. Sobre él, se deslizan un hombre y una mujer, uno de cada lado, corriendo, rebotando y girando por encima de ese muro que divide la pista.

Seguidamente llega el turno del “Mylar”, una pileta transparente que se posa por encima de los asistentes. "Sólo con las palmas", advierte una voz cuando las piletas se acercan a las cabezas de los espectadores. Las luces y el cambio en la tonalidad de la música crean una atmósfera nocturna. El agua ocupa el centro y las actrices se mueven a la manera del nado sincronizado pero sin artificiosidad, miran hacia abajo, se toman de las manos y crean una flor de sonrisa dedicadas al público.

Por encima de todos, aparece “la murga” y la energía se contagia en la gente. Los actores se mezclan con el público en una danza, rompiendo cajas en las cabezas de algún despistado, pasando por debajo de la lluvia que, de agua, se transforma en lluvia de papeles y colores. 

Las luces comienzan a danzar y el show se convierte en una fiesta de música electrónica. Los asistentes empiezan a saltar de forma eufórica, ya con la energía vibrando por sus cuerpos y con una lluvia de agua que se esparce sobre ellos. Algunos se alejan de la ducha, pero los más intrépidos se quedan chapoteando sobre lo que ya era un diluvio, sintiéndose aún más en contacto con la esencia del show.

La fiesta finaliza con “la burbuja”, una gran carpa que encierra a unos y excluye a otros e invade en el público una enorme incertidumbre por saber qué pasa afuera para los que están adentro y viceversa. Algunos afortunados, bien dispuestos, son “abducidos” por los personajes que cuelgan por la claraboya y rebotan hasta tocar el suelo, mientras el viento no cesa y multiplica la tormenta de papelitos.

Lo que diferencia a este espectáculo de cualquier otro es, sin duda, la necesidad de no ocultar aspectos técnicos, la transparencia que busca el juego con el espectador al tener rampas y escaleras frente a todos. Correr, hacerse señas, y gritarse entre ellos es lo que hace de Fuerza Bruta el show de cada uno de los espectadores, no sólo del equipo. En palabras de ellos mismos: “Fuerza Bruta no sirve para nada. Es“.




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